Piel
Cierro y abro de nuevo los ojos. Releo el mensaje una y otra vez. Es ella. Siempre es ella la que le escribe. Aparecen los síntomas que ya conozco de memoria: taquicardia, sudor en las manos. El cuerpo tenso, el intestino contraído, la conciencia nublada. Vuelvo a pensar que nada de mí le alcanza, nada es suficiente. Me siento inútil, vacía. Le pregunto qué quiere de mí pero él dice que me quiere. Su respuesta no me gusta, preferiría que no me quisiera, que me expresara anticipadamente lo que tarde o temprano va a pasar: dejará de quererme. Se irá lejos, muy lejos. Se me viene a la mente la poesía de Bécquer sobre las golondrinas: "Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán. Pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha a contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres.... ésas... ¡no volverán! Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar y otra vez a la tarde ...