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Mostrando las entradas de julio, 2014
Esa noche, Luis se quedó en el hotel. Se encontraba solo por primera vez en su vida, sin ningún lugar al que ir, sin ningún bar a dónde ir a tomar esas copas eternas que lo acompañaban durante todas las noches. De forma absolutamente casual yo también me quedé sola en la habitación esa noche. Hacía mucho frío, las paredes mismas temblaban, había un viento a ráfagas feroces que todo lo cortaban y no había hecho tanto invierno en muchos años. Fue por eso, supongo yo, que Luis y yo decidimos quedarnos en el hotel, aunque estábamos en habitaciones separadas. Él estaba en la habitación número nueve y yo en la once, y la habitación diez, nunca supe por qué, estaba siempre vacía. La diez era el único lugar que se hallaba totalmente cerrado a los huéspedes, a pesar de que el resto del hotel estuviera repleto. Como contaba, esa noche fría de agosto, Luis y yo estábamos solos por primera vez en el hotel. En nuestras habitaciones, claro. Yo dudaba en invitarlo a la mía a tomar una copa o no. Él m...
Debo resignar algunas cosas si pretendo ser feliz. Simplemente, porque no puedo hacer todo lo que quisiera, puesto que para ciertas cosas tengo una férrea disciplina y para otras no me alcanzan la persistencia y el conocimiento. Quizás es muy fácil decir esto sentada en una cama cómoda y sin ninguna preocupación, quizás suene sencillo decir que se resigna a cosas importantes desde el banquillo de la comodidad. Pero no es fácil, más bien, es pesado y doloroso. Resignar una parte de mi, para siempre.  Ahora que hablé con ella, me siento viva. Reafirmo lo que dije antes: tengo que resignar ciertas cosas. Pero ahora ya no hablo desde la comodidad, hablo desde la desesperación. No voy a ser nunca la princesa encantada que creí ser, voy a conservar siempre ese dejo de melancolía, esos aires de pobreza. Quién soy? A qué estoy dispuesta? Para qué seguir?. No por mí, porque ella me necesita. Ella es la reina absoluta de mi vida, no soy yo. Y mis ganas de escribir novelas?. Esta vez voy a t...
El lirio se ha vuelto sombra sin avisar. Los juguetes fueron incendiados. Todo ha muerto menos yo. Quizás por algo estoy viva. Quizás estoy viva para poder escribir sobre todo esto. Sobre la maldita infancia que se acostumbra a torturarme, que no me deja en paz ni cuando la nombro, no me da calma. Voy a resistir por inercia, en el fondo nací cobarde. Es absurdo. No puedo escribir porque no sé qué quiero decir y si lo supiera, no sé si lo escribiría. Hacer, eso es todo.
La mañana es otra vez naranja y fresca como una fruta húmeda. El sol ha cortejado la casa, cuyas paredes se acostumbrarán siempre al silencio. La tarde está callada. Las muñecas están muertas y solamente yo desempolvo el vestido gris y comienzo a dar vueltas en el comedor que está vacío pero no lo está. Tengo el breve impulso de pensar que alguien me mira, que alguien está haciendo de mi un ángel macabro. Yo callo y esta vez cierro además los ojos. Tengo miedo y no lo tengo. El monstruo acelera su risa malvada mientras giro sin parar, ahora lo oigo gemir claramente entre los libros de la biblioteca. No voy a mentirme, lo quiero, quiero que haga de mi esa presa que aún no soy, que me enseñe lo que es el dolor, lo que es la humillación, lo que es el silencio. Pero él se va y me quedo sola todavía girando. No hay jazmines en las macetas, solamente polvo, papel, olvido. Esas tardes melancólicas que podrían ocurrir en miles de lugares, tuvieron lugar para mi en un departamento. Y uno simple...