domingo, 29 de diciembre de 2019

Tres párrafos de Felisberto Hernández



Celina no siempre entra en el recuerdo como entraba por la puerta de su sala: a veces entra estando ya sentada al costado del piano o en el momento de encender la lámpara. Yo mismo, con mis ojos de ahora no la recuerdo: yo recuerdo los ojos que en aquel tiempo la miraban; aquellos ojos le transmiten a éstos sus imágenes, y también transmiten el sentimiento en que se mueven las imágenes. En ese sentimiento hay un ternura original. Los ojos del niño están asombrados pero no miran con fijeza. Celina tan pronto traza un movimiento como termina de hacerlo; pero esos movimientos no rozan ningún aire en ningún espacio: son movimientos de ojos que recuerdan”.

Ahora han pasados unos instantes en que la imaginación, como insecto de la noche, ha salido de la sala para recordar los gustos del verano y ha volado distancias que ni el vértigo ni la noche conocen. Pero la imaginación tampoco sabe quién es la noche, quién elige dentro de ella lugares del paisaje, donde un cavador da vuelta la tierra de la memoria y la siembra de nuevo. Al mismo tiempo alguien hecha a los pies de la imaginación pedazos de pasado y la imaginación elige apresurada con un pequeño farol que mueve, agita y entrevera los pedazos y las sombras. De pronto se le cae el pequeño farol en la tierra de la memoria y todo se apaga. Entonces la imaginación vuelve a ser insecto que vuela olvidando las distancias y se posa en el borde del presente. Ahora, el presente en que ha caído es otra vez la sala de Celina y en ese momento Celina no toca el piano".

En la noche anterior, la oscuridad me había parecido casi toda hecha de árboles; y ahora, al abrir la ventana, pensé que ellos se habrían ido al amanecer. Sólo había una llanura inmensa con un aire claro; y los únicos árboles eran los plátanos del canal. Un poco de viento les hacía mover el brillo de las hojas; al mismo tiempo se asomaban a la “avenida del agua” tocándose disimuladamente las copas. Tal vez allí podría empezar a vivir de nuevo con una alegría perezosa. Cerré l a ventana con cuidado, como si guardara el paisaje nuevo para mirarlo más tarde”

martes, 24 de diciembre de 2019

La imaginación

Los mejores recuerdos de mi niñez, están colmados de las imágenes que los libros infantiles con los que jugaba, formaban en mi cabeza. Quisiera, de vez en cuando, volver por unos momentos a aquél lugar maravilloso y único, las ensoñaciones, la certidumbre de saberme perpetua entre dos mundos: uno real, visible, cotidiano, y aquél otro, invisible, frágil y fabuloso. 
Durante las tardes en las que recorría maravillada las páginas eternas de los libros, sabía reconocer en cada imagen una historia increíble y, por el contrario, cada frase me decepcionaba, me dejaba insatisfecha: las palabras que acompañaban las imágenes nunca resultaban suficientes. Hubiese querido poder escribir en aquel entonces, para llenar de historias todo lo que veía. Mi mente se disparaba, imaginaba, soñaba. Y así comencé a hablar sola. A dedicarle más tiempo del esperado y más energía de la que está socialmente aceptada exclusivamente para imaginar. Imaginar como un ejercicio solitario e íntimo, impregnado de posibilidades. ¿Qué habría más allá de acá? no paraba de preguntarme yo mientras el sol reposaba sobre el silencio de mi habitación atardecida. Nadie supo contestarme.
Supe siempre que había otro lugar al que yo no pertenecía, pero al menos, sabía que existía. Tenía la certeza. Visto desde allí, el mundo entero parecía diferente. Recuerdo que me conmoví las primeras veces con los poemas de Rubén Darío, que me provocaban una sensación de vuelo y liviandad, lo más parecido a hacer un viaje diurno por un cielo clarísimo.
Aquéllas sensaciones que me provoca la lectura, no se comparan con ninguna otra. Ningún sentido biológico, ninguna experiencia física, son comparables con la noble acción de imaginar. Imaginar no solamente historias, fantasías, cuentos. Imaginar se trata de la destreza mental de saberse sujeto/a a un momento histórico determinado. Nuestra imaginación tiene límites históricos, que cambian según cada época. Basta explorar apenas un momento de la historia para comprender de qué manera la sociedad ha llevado hasta el final (o no), los límites de su imaginación.
No se trata de retóricas humanistas, ni de inevitabilidades. Tampoco de profetas que cambiarán el mundo. Se trata de nosotras. De quienes día a día trabajan el mundo, habitándolo a nuestra manera, con las herramientas que nos fueron brindadas, con la cosmovisión que adoptamos de una vez y para siempre en el inimputable afán de ordenar la realidad.
Esas imaginaciones son las que me interesan: las de quienes trabajan (en) el mundo, cometiendo el delito de vivir.

sábado, 14 de diciembre de 2019

La noche es clara. Clarísima y alta como la luna. Absorta en mi habitación, la nueva casa en la que habito se abre ante mí como un espectro silencioso. Solamente el ventilador suena.
El aire entra por la ventana y es cauteloso y liviano como un pájaro pequeño.Transpiro letras que se me acumulan en la garganta y me asfixian si no las escribo.
Él no me quiere. En realidad, nunca me quiso. Tiene el tiempo ordenado y su vida acomodada de forma tal que quererme no es un proyecto para él. Quererme sea quizás, un espacio infinito que no sucederá nunca.
Solamente en mis ensoñaciones, en mis alucinaciones diurnas en las que estás conmigo hablándome, abrazándome, dándome todos los besos del mundo. Nada hay más allá de vos y de mí, de nuevo en la noche que se me vuelve oscura y frágil y cerrada, como en un círculo constante que mira y que vibra hacia cualquier lado en donde estés.
Te pienso cercano, pero luego me doy cuenta de que todo es mentira, de que no estás y que nunca estuviste. Es triste la soledad. Es más triste aun que me digas que me querés pero no hagas nada que me lo demuestre.
Las horas pasan, los minutos pasan. La vida transcurre como una película larguísima. Yo me quiero ir a otro lado en el que los dos brazos que se extienden me abracen como amor y beneplácito. Saberme bienvenida, adorada, amada. Solamente eso. En fin.
Hay momentos en que transito la soledad como si no existieras. Pero siempre estoy acá, esperándote, esperándote.
Y si me alejo, nada me entusiasma. No por ahora. No hoy, de nuevo. Sola en el baldío de la incertidumbre. Apenas si tengo fuerzas para escribir. Apenas si puedo decir apenas.