sábado, 14 de diciembre de 2019

La noche es clara. Clarísima y alta como la luna. Absorta en mi habitación, la nueva casa en la que habito se abre ante mí como un espectro silencioso. Solamente el ventilador suena.
El aire entra por la ventana y es cauteloso y liviano como un pájaro pequeño.Transpiro letras que se me acumulan en la garganta y me asfixian si no las escribo.
Él no me quiere. En realidad, nunca me quiso. Tiene el tiempo ordenado y su vida acomodada de forma tal que quererme no es un proyecto para él. Quererme sea quizás, un espacio infinito que no sucederá nunca.
Solamente en mis ensoñaciones, en mis alucinaciones diurnas en las que estás conmigo hablándome, abrazándome, dándome todos los besos del mundo. Nada hay más allá de vos y de mí, de nuevo en la noche que se me vuelve oscura y frágil y cerrada, como en un círculo constante que mira y que vibra hacia cualquier lado en donde estés.
Te pienso cercano, pero luego me doy cuenta de que todo es mentira, de que no estás y que nunca estuviste. Es triste la soledad. Es más triste aun que me digas que me querés pero no hagas nada que me lo demuestre.
Las horas pasan, los minutos pasan. La vida transcurre como una película larguísima. Yo me quiero ir a otro lado en el que los dos brazos que se extienden me abracen como amor y beneplácito. Saberme bienvenida, adorada, amada. Solamente eso. En fin.
Hay momentos en que transito la soledad como si no existieras. Pero siempre estoy acá, esperándote, esperándote.
Y si me alejo, nada me entusiasma. No por ahora. No hoy, de nuevo. Sola en el baldío de la incertidumbre. Apenas si tengo fuerzas para escribir. Apenas si puedo decir apenas.

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