Fantasmas II

 La verdad es que sí, a veces los demás tiene razón: vivo la vida rodeada de fantasmas. En sentido real y figurado. A veces me alientan, a veces me castigan, otras veces me estimulan. Pero siempre están ahí. Hablándome. Como si fueran otra voz que no es mi voz, otra conciencia, otra memoria. Mucho mejor que la mía, por cierto. Superior. Como si fuese un narrador mayor quien me escribe. Y yo dejo que me escriban, que hagan de mí lo que quieran. El problema es que no puedo escribir yo. O si puedo, pero no del todo, no como querría. ¿Escribir para quién? Bueno, principalmente para mí. Para decir mi nombre una y otra vez. Para decir quien soy.

Este impulso inevitable que se está acercando cada vez más. Y que no para, no cesa. Si lo dejo entrar, me va a tomar por completo, me impulsaría a decir un montón de cosas sin sentido, poseída por una fuerza sobrenatural. Si yo escribiera todo lo que pienso, ya hubiese publicado varias novelas. Por eso tengo que empezar a escribir, aunque no lo elija: para sacarme los demonios de adentro.

Tengo mucho espacio en mi cabeza, en mi imaginación. Quiero escribir porque no tengo otra opción. Porque, como dije varias veces, se me salen las palabras de los dedos y cada vez menos llego a retenerlas. Porque es lo único que me constituye. Lo único real. Las palabras, sólo las palabras son mi casa.

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