El invierno El invierno se ha teñido de sus sombras, sólo la escoba vieja barre con su sonido de polvo, de trabajo para nadie, en la amargura de sentirse herida, sin que nadie la comprenda. Tiembla sin hojas el árbol herido acostumbrado a la belleza de su ser puesto en ramas de su soltura solemne y milenaria testigo de los siglos del pasado. El invierno es el vacío solitario de los espejos que ya no reflejan de los relojes que ya no funcionan del cielo gris que se torna pesado con las horas que se arrastran en suplicio como rogando ser llevadas a otro tiempo. Tengo el círculo de la cabeza oxidado cubierto de rejas yuxtapuestas que me cierran el paso a las ideas y el delirio fatal de la ventana es uno en el paisaje de mi tierra. No es el llanto, es la risa lo que extraño es el canto de las estrellas cuando no puedo dormir es el silbido sigiloso de la noche es el patio colmado de luna son los grillos que murmuran su canto su hueco de aire y marfi...
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Mostrando las entradas de agosto, 2014
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África África, felina inventada, ojos de cuerda, orejas de cuna. África, sirena nocturna, minina sagrada, cabeza de luna. ¿Desde qué remotas tierras has llegado hasta aquí? ¿Por qué has venido a este mundo que no sabe quererte? ¿Te irás alguna vez? ¿Volverás a tu origen? No te vayas, princesa, no me dejes nunca. Y si debes partir, ¡lleváme con vos! ¡A no importa dónde! África, leona viajera, indiscutida reina de los tejados celestes, orbitas en la noche como una musa salada. Sombra del tiempo, suspiro de estrella, tu ronroneo solitario se convierte en orquesta. África, gata azulada, intrépido ser de sencillos placeres. Hundir mi mano en tu tibia espesura, es como acariciar un susurro de liebre. África, reinás sobre los astros, sin saberlo, los gobiernas. Con tus garras inofensivas de leona te aferrás a las frazadas como abrazándolas, y yo, te contemplo estupefacta, emocionada de tan simple belleza. Mis lágrimas serenas ...
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Tarde nevada Isamel estaba sentado solo sobre un banco de mármol. El frío lo obligaba a sentarse en una sensación casi fetal, como abrazándose a sí mismo. Estaba vestido con su traje de siempre, fúnebre e impecable, con su chaqueta de algodón gris y su enorme sombrero acaudalado. No tenía guantes ni bufanda porque esas ropas no eran usadas por los hombres de su edad en esos lados y en esos tiempos. Sus típicos anteojos combinaban con su barba seca y enorme, que le cubría todo el cuello y le daba un aspecto solemne e inspirador. Ismael observaba la nieve que caía a su alrededor como si mirara una película muda. Sentía el placer egoísta de sentirse solo con la nieve, se creía dueño de aquél paisaje gris e invernal que a pesar de que lo obligaba a sentarse en las más extrañas posiciones, también le transmitía una tranquilidad profunda. Aquella mañana, Ismael había salido de su casa, decidido a hacer algo muy importante y trascendente para su vida, es decir, para todo el universo. I...