miércoles, 9 de mayo de 2018

Ahora sí.
Estoy parada frente a la ventana sin sombras. El mediodía pleno como todos los anteriores. El cielo blanco. Los brazos extendidos abrazan el aire gris.
Nada se mueve.
Hoy llovizna y se oyen aun más los bocinazos en las calles. La gente calla o grita pero al mismo tiempo, cuando llueve en la ciudad, los vínculos de solidaridad se estrechan, las personas se ayudan un poco más. O eso me parece.
Me parece eso mientras me aventuro con decisión a cruzar la calle bajo el paraguas rojo. No pienso en nada y tampoco trato de correr. Podría caerme y morir, quizás.
Quizás no. Eso pienso.
El semáforo me espera. Una paloma surge de la nada. Se me mojan los zapatos, me arde un poco la garganta y me la toco un poco, porque el calor de mi mano húmeda me calma.
Entro al subte, cierro el paragua antes, y veo una fila enorme de gente esperando a que pare la lluvia. Y si nunca para? Pienso. Van a estar esperando a que pare por toda la eternidad. Me parece ridículo esperar a que pare la lluvia. Es como esperar que llueva o que salga el sol. No depende de nosotros. No tiene sentido. Hay que seguir así, acomodarse a la situación. Sobrevivir. En fin.
Ahora sí, bajo por la escalera, entro al subte, me siento al fin, me relajo un poco. Húmedo mi pelo, mis manos, mojada mi ropa. Me encandila la luz opaca atornillada al techo. La gente mira su celular. Alguno duerme. Otro día igual que otro, y no es que tenga una rutina rígida, no. Es que esta ciudad tan igual siempre me aburre.
Encima llueve arriba. Ganas inútiles de quedarme para siempre bajo tierra. "Esperando", como los que esperan a que pare la lluvia. Bajo tierra la vida sí que debe ser interesante. Digo, no sé. A oscuras, tener que inventarse un sol. Sin plantas, sin vida. Respiración artificial, oídos embotados. Extrañeza de la luz. Humedad. Atmósfera pesada. Pienso en quedarme a vivir en algún andén o entre medio de dos estaciones. Pienso en que hay ratas, en que se inunda, pff. Pienso que no me vendría mal un poco de vida subterránea. Como experiencia nomás, probar algo nuevo, qué se yo. No se perdería nada. Pero no. Tengo que bajar del subte, hacer mi vida "normal". Normal? Otro pff, pienso pff, un resoplido. Y una vez más, la porteñez surge. Entre la indignación y la resignación. Paso de un estado al otro en un segundo. Yo y todos. 
Pero ahora, no. No esto. El subte se detiene entre dos estaciones. Espero unos segundos. Sigue así. Avisan por el altoparlante que el tren de adelante tuvo un problema y nos vamos a quedar así detenidos unos minutos. Esto, no. La pesadilla. MI pesadilla, esta claustrofobia enfermante. Ahora sí, empiezan los síntomas. Se me resbala el paraguas por una mano, se me aflojan los dedos, mi cabeza empieza a dar vueltas. Palidezco pero nadie se da cuenta. Todos miran el celular y se quejan por la demora. Un bebé llora. Pobre bebé, alcanzo a pensar. Siento que me desmayo, pero no. Debo tener presión baja. Miro el techo. Una propaganda de una clínica dental. Un cartel de cedé el asiento blablabla. Por qué yo, por qué estoy encerrada bajo tierra contra mi voluntad en una ciudad enorme, existiendo kilómetros de aire respirable allí arriba. Ahora quisiera tener alas. Ahora me doy vuelta. Cierro los ojos. Hago como sí. Tengo hambre, y sueño, me quiero bajar. Nadie se da cuenta y me da vergüenza pedir ayuda. No por favor, que arranque, le suplico a no sé qué fuerza extraña que me invento cuando me agarran los ataques. Unos segundos más, y arranca despacio. Me vuelve el corazón al pecho, me deshago en alivio, pienso en mi madre. Miro hacia arriba y todo sigue igual, como el día, las nubes, el mediodía, la lluvia, y todo. Pero cómo puede ser, cómo puedo estar pasándola tan mal hoy por que sí, porque no sé qué desperfecto técnico y la lluvia torrencial.


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