jueves, 10 de enero de 2019

La víspera (3)

La víspera de navidad transcurriría en las afueras de la casa: nosotros llenaríamos el jardín de juegos, guirnaldas, adornos, disfraces, sonidos. Mi adrenalina iba en aumento porque sería la primera navidad que pasara con ellos, con esa familia tan lejana y extraña que veía cada tanto y que no conocía del todo. Y más que nada, cerca de Roberto. Sentía hacia él, un sentimiento extraño, el que transitaba entre una mezcla de envidia y admiración. Amaba de él su carácter, su capacidad de liderazgo, su carisma, su inteligencia. Pero lo envidiaba porque sentía que él no era justo conmigo, que no me dejaba participar de los juegos como yo quería, que siempre quería dirigir, que no nos daba espacio a los demás para proponer otras cosas. Sin embargo, hubo una mañana en que su presencia empezó a incomodarme. Me levanté yo muy temprano, apenas amanecía, y el cielo esbozaba sus primeros rayos de claridad. Hacía frío y en los árboles parecían habitar todos los pájaros del mundo. Salí al jardín, porque me desperté de pronto y por algo que había soñado, sentí el impulso de hacerlo. Atravesé la casa silenciosa. Todos dormían, tan vulnerablemente fantásticos. La puerta de la habitación donde dormía Roberto estaba cerrada y a pesar de que lo dudé, no me atreví a abrirla. El silencio era realmente delicioso: desacostumbrada a tanto sonido, debí admitir que extrañaba un poco los ratos de silencio. Todo alrededor de mí parecía manifestarse a medida de que lo observaba: los objetos, las cosas, tomaban forma, tenían funciones y propósito, eran útiles. Y yo no lo había advertido. Siento que aquella mañana, estaba distinta, más grande, más madura. Como si aquel sueño hubiese sido un antes y un después en mi vida. Caminando de pronto por el living, abrazada al cubrecamas todavía, me detuve en la biblioteca porque advertí la imagen pequeña de un caballo idéntico al que habíamos visto en la montaña. Era una foto, muy pequeña, de un caballo. Y yo estaba segura de que era el mismo, con esos mismos ojos muertos. Y me asusté. Dejé  la foto y salí al jardín a respirar el aire que me entró como un tornada por la boca y la nariz, y me sentí un poco libre y otro poco liviana y envidié la soltura de los pájaros y su libertad y la simpleza de estar vivo y poder darse el lujo exquisito de ni siquiera saberlo porque no hace falta. Pensé y pensé en los pájaros. Recordé el caballo y a Roberto y a mi madre y a mi padre y a los chicos. Extrañaba mi casa, mi cama Estaba feliz por la navidad,y sin embargo...

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