Hoy me arrepentí de haberme despertado. Escuché otra vez las voces inquietas de mis vecinos acariciándome el oído con murmullos cada vez más fuertes. Sin embargo, ha sido una mañana clara y tranquila. El sol es hoy rosado y no hay ninguna nube. El día parece infinito desde mi ventana. Lo veo nacer como una corola de espuma y pienso. Es agradable el mate a la mañana, los libros, las noticias. La mañana tiene algo de infinito que no puedo explicar, es como si cada mañana fuera diferente, a diferencia de las tardes que son siempre las mismas y a diferencia de las noches, que se pierden entre los pensamientos. Esta mañana es fresca pero no fría, y es sutilmente alegre. Me gusta. La disfruto en soledad, egoístamente. Quiero pensarla, quiero atravesarla, quiero hacer de esta mañana, una mañana distinta pero no encuentro cómo. Esa constante voluntad de intervenir que me penetra el alma, esa percepción infinita que me alienta a seguir. Y entonces, quién soy? Para qué escribir novelas? No lo sé y me lo pregunto y me escribo, me escribo siempre a mí misma como un fantasma, como un reflejo, como un espejo interminablemente mío que soy yo pero no soy. Y me gusta saberme mía, propietaria de mis letras, cada una de ellas dicen tantas cosas. Divago y más divago. No tengo calma, y tengo miedo. Miedo de vivir, miedo de ser alguien.
La cinta
La cinta estaba lista para ser usada. Abrí el compartimento donde cabía la bobina, lo cerré y apagué las luces. Todo comenzó a brillar frente a mí como en una película. Entonces lo vi todo: esas imágenes celestes se movían mientras yo, sin comprenderlas, me emocionaba. Se escuchaban risas, llantos, juegos, pero sobre todo un movimiento continuo, perpetuo, casi que mareaba. Fue entonces cuando el rollo de cinta comenzó a incendiarse. Giraba cada vez más rápido y yo no la pude parar, las imágenes continuaban, el rollo seguía se desenvolvía sin freno y comenzó entonces a producir un sonido subterráneo, escandaloso que era como un "rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr" que se iba acrecentando. El fuego no cesaba, no se extinguía y yo opté por resignarme, y comencé a ver como las imágenes movidas y vivaces que había visto hacía unos minutos, comenzaba a convertirse en hondos agujeros oscuros, con olor a cinta chamuscada, los rostros se distorcionaban, las risas se convertían en alaridos, era la...
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