martes, 16 de septiembre de 2014

Necesito reconciliarme otra vez con sus abrazos, sus olores, sus dientes móviles del vaso de agua, la profunda soledad de las tardes y el café tostado de las mañanas. Mis abuelos fueron un ensueño en las horas de dolor, un profundo jardín agitado de aromas en donde deseaba jugar siempre. Y he perdido con ellos la nostalgia, me he ido dando cuerda a mí misma sin pensar, suponiendo que la vida se trata de sobrevivir. Mi abuelo era un hombre tímido, cerrado, aparentemente frío pero tan dulce y cariñoso como un oso de felpa. Pasé con él hermosas tardes en las que me contaba las historias que inventaba, y que eran cortos y apasionantes policiales con rasgos psicoanalistas que yo deseaba escuchar una y otra vez y otra y otra. Mi abuelo regaba sus plantas como en un ritual magnífico, todas las mañanas, las observaba largamente, les arrancaba las hojas secas, limpiaba las verdes con un trapito anaranjado para quitarles el polvo.... ese pequeño patio era también su pequeño mundo, y yo admiraré siempre la paciencia y el amor que el demostraba con sus plantas, el que no se animaba a darle a las personas, por miedo a sufrir. Desayunaba el café puntual, era ordenado, metódico y amante de la música clásica, que no se cansaba de escuchar una y otra vez y otra y otra... miraba reiteradas veces las óperas que más le gustaban y si alguien lo descubría en medio de un ataque de llanto incontrolable, él intentaba disimularlo, frotándose los ojitos apresuradamente, como un niño.
Mi abuelo hacía las cuentas de gastos todos los días. Si mi abuela o yo salíamos a comprar, cualquier mínima cosa, nos pedía que trajéramos el ticket, y entonces él anotaba en su cuaderno cuánto había gastado esa mañana, según cada rubro. Y gracias a ese método elemental, él pudo siempre organizar los gastos de la casa y ahorrar un poquito, lo que se pudiera, para dejarles a sus hijos, o a sus nietas...Mi abuelo era un hombre bueno y me quería, profundamente me amaba y le costaba decírmelo, pero yo lo sabía igual, lo sentía y yo lo amaba también, en la infancia, precisamente en la edad en la que todo se ama o se odia, en donde todo es un acontecimiento de la vida. Mi abuelito fue la felicidad, como dije al principio, en los días de dolor. Sin él, no hubiera tenido fuerzas para vivir. Y a pesar de que tenía dos nietas más además de mí (mis primas), él siempre me prefirió a mí, supongo que por ser hija única, ser la hija de su hija y porque vivía cerca de su casa. En este momento lo extraño y lo necesito como cuando era una niña. Necesito dormir las siestas con él, necesito abrazarlo, decirle aunque sea una vez lo mucho que lo quiero.

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