domingo, 25 de junio de 2017

La víspera

Hubo una vez una entrada al pozo debajo un árbol lejano y frondoso, a orillas de un río seco. Estábamos jugando a la ronda a mitad de la tarde, ya oscurecía por entre las hojas y observábamos un sol poniente como una despedida fatal del sol hacia un planeta remoto. 
Había olor puro a alcohol de whisky, hierba y sangre y a mí se me dio por soltarle las manos a Alicia, tirarme al pasto y mirar los últimos trazos de luz rosada que se iban alejando detrás de las nubes. 
¿Qué te pasa? Me preguntó Roberto que seguía girando al ritmo de la ronda. Nada, le dije y continué mirando el cielo. Un pájaro extraño pasó muy cerca de mí y emitió un sonido como de auxilio que me produjo angustia.
El viento último del sur se iba acercando. Cerré los ojos y sentí la tarde cada vez más oscura. Era feliz conmigo y mi silencio, percibiendo solamente unos pocos restos de luz, el aroma de la hierba y la breve brisa que me recordaba al mar cuando era niña.
Lástima que se secó el arroyo, dijo Juana, la madre de Alicia. Hoy estuvo hermoso el día, hubiéramos podido nadar a gusto, agregó y yo pensé hubiéramos, hubiéramos, bueno, no fue y ya está, porque esa manía de la gente de lamentarse por lo que no ha pasado, ¿acaso no vale nada esta tarde luminosa, este breve instante de hierba mojada, de brisa primaveral?
Me indigné y dejé de sentir el aire todo, fue como si se me hubiesen taponado los ojos y los oídos, no quería ver, ni escuchar, y de pronto, tampoco quería ser yo, ni siquiera otra, sino nada, tampoco pasto, tampoco cielo, ni arroyo seco, nada, nada, nada.
Alicia gritaba y lloraba. Se peleaba con Roberto, su primo. Los demás reían. Al parecer ya no jugaban a la ronda.
Qué sueño dijo alguien bostezando, y yo bostecé también.
Anda, dale, me pateó alguien con cautela. Parecia Roberto.
Qué querés? le dije en tono cruel y antipático.
Vamos a la montaña?
No quiero, dejáme en paz.
Y si no te dejo en paz?
Dejáme.

Y se fueron en dirección al norte y no quise quedarme allí sola y los seguí hasta la montaña.
Una vez que llegamos a la base, Roberto que se hacía el jefe del grupo nos reunió a todos y nos contó. Somos siete, dijo. Y yo pensé en qué bonito era el número siete. Sacó una linterna de su bolsillo y Juan le escupió ladrón! esa linterna es mía! y Roberto qué va, me la ha prestado tu madre. Mentira, replicó Juan y se puso colorado a pesar de que estaba oscuro, todos lo notamos. Basta, intervino Mabel que era la más grande, además de Roberto, tenía quince años. Vamos todos juntos, porque hay una sola linterna. A dónde vamos? preguntó Lucía con voz temblorosa. Al cerro, le respondió Roberto. Por acá. Pero... dijo Juan. Qué? preguntó Roberto con impaciencia. Está oscuro dijo Lucía, la hermana de Roberto, y? y que es peligroso. No, no pasa nada.

Aquélla conversación me aburría. Hubiese querido quedarme sola tirada en el pasto como hasta hace un rato. Me arrepentí de haberlos seguido.
Yo vuelvo, dije entonces, con voz firme. 
"Aurora tiene miedo, Aurora tiene miedo"
No tengo miedo, es que  hace frío y allá arriba no hay nada. No entiendo por qué quieren subir.
Y cómo sabés que no hay nada si no subís a ver? Me preguntó Juan con vos altanera y me dieron ganas de estrangularlo. Me enojé.
Y porque no hace falta subir, porque es una montaña y nada más, y en las montañas no hay, salvo hierbas y algunos animales.
¿No será que tenés miedo? dijo Roberto.
No tengo miedo, solamente no quiero subir, respondí.
No pasa nada, Aurora, me dijo Mabel con voz maternal. Vamos, es un rato nada más, luego volvemos.
Pensé y no quería volverme sola, ya estaba oscuro, casi negro y no tenía linterna.
Pero qué vamos a hacer? Pregunté ahora.
Vamos y ya, dijo Roberto. Me tomó de la mano y tiró de mi hacia arriba.
Basta, soltáme.
Ya empieza, dijo Roberto.
Y es que vos para qué la agarrás así, bruto! le espetó Mabel. Andá, Aurora, si no querés subir, regresá.
Y pero es que no quiero regresarme sola, no tengo linterna. Alguien viene conmigo? Lucía?. Lucía me dijo que no con la cabeza y también me dijo que no con sus grandes ojos tristes.
Ves? No le viene nada bien, que haga lo que quiera, dijo Roberto y empezó a caminar. Los demás lo siguieron. Mabel me agarró de la mano con suavidad y me dijo, vamos, no pasa nada, no pasa nada repitió.

Caminamos durante quince minutos casi en silencio. Roberto iba adelante con la linterna, alertándonos sobre las ramas que aparecían y los pozos y las piedras peligrosas. Atrás iba Lucía, de la mano con Manuel, su hermano pequeño. Ellos dos eran hermanos de Roberto y a su vez, primos de Alicia. Hace frío, dije entonces para decir algo, aunque sabía que mi comentario no les iba a gustar porque ya todos sabían que hacía frío.
Siempre hace frío en la montaña, me respondió Juan, que parecía asustado y sentí que estaba esperando que alguien dijera cualquier cosa para responder y cortar el silencio. Ya sé, le dije en  tono suave. Esperé unos segundos. Estás bien? le pregunté. Claro que estoy bien! Me dijo como enojado y yo pensé que seguro se había puesto otra vez colorado pero que nadie lo notó porque estaba oscuro. Al rato, Mabel que iba detrás de todo dijo de pronto, asustándonos a varios. Miren! Y señaló con el dedo índice hacia arriba y a la izquierda. No veo nada! dije apresuradamente, y ansiosa, me había asustado. Allá, allá, dijo Mabel parándose en puntas de pie y con los ojos emocionados. 
Los ojos muertos de un caballo blanco vivo me vieron de pronto, y me asusté terriblemente. Es horrible eso! grité.
No grites, me dijo Roberto.
Es un caballo? dijo Lucía.
Claro que es un caballo, le dijo Roberto, qué va a ser?
No parece caballo, respondió Lucía.
Ah, no? Y qué parece? No sé, otra cosa.
Sí, parece otra cosa acordé yo, recordando la imagen de aquellos ojos muertos.
Parecerá otra cosa pero es un caballo, aseguró Roberto.
Un muy lindo caballo, dijo Mabel. 
Está muy quieto, por qué está quieto? pregunté.
Manuel empezó a sollozar.
Porque no sabe quiénes somos, y tiene miedo de que lo lastimemos.
El caballo estaba a unos veinte metros de distancia y nos observaba con esos ojos muertos y no hacia otra cosa más que observarnos con esos ojos muertos y horribles.
¿Y ahora qué? ¿seguimos? pregunté. Pero nadie me respondió, todos se quedaron mirando el caballo de los ojos muertos.
No aguanté el silencio, empecé a sentir un estrechamiento en el pecho y comenzó a faltarme el aire. Vamos? Nadie me respondía. No aguanté. Respiré agitadamente y exploté: el caballo está muerto, el caballo está muerto!
El caballo no está muerto, me dijo Roberto. Qué te pasa?, calmáte!
No me gusta!!! no me gusta!!! dije agitándome aún más.
Se pone nerviosa, dijo Mabel, con impaciencia. No deberíamos haberla traído.
Vamos, sigamos un rato más y después volvemos, me dijo Roberto comenzando a caminar nuevamente y eso me hizo poner aún más nerviosa.
No sé, Roberto, le dijo Mabel con seriedad. Alicia dijo tímidamente que ella también quería volver.
Si nunca avanzamos más allá, nunca vamos a saber que hay. No tengan miedo. Estamos todos juntos.
Yo no dije nada, pero sentí la respiración de Lucía cerca de mí y supe que ella, al igual que yo y que Alicia, estaba asustada.
Robertó habrá percibido algo porque continuó. "Chicas", nos dijo, pero mirándome solamente a mí. No se pongan nerviosas. Es solamente un caballo asustado, ven? Pero no miró hacia donde estaba el caballo y yo pensé que él también se había asustado un poco, como nosotras, como el caballo. No pasa nada malo. Además, siempre decimos que queremos explorar la montaña de noche y nunca lo hicimos porque éramos chicos. Ahora ya somos grandes. Mabel y yo tenemos quince años y tenemos una linterna, y pilas y... 
No me importa la linterna ni las pilas. Y ese caballo es raro, dijo Lucía, y parecía que se iba a poner a llorar ella también al igual que su hermano Manuel.
Mejor vamos, Roberto. Dijo Mabel. No tiene sentido que sigamos así. Están asustados.
Mabel me dio lástima. No había vuelto a mirar al caballo ella tampoco. Yo sabía que todos estábamos asustados por ese caballo con los ojos muertos.
Roberto la miró con cara de decepción. Me miró a mí con bronca y luego a su hermana Lucía y finalmente a Manuel que observaba toda la situación con los mismos ojos tristes que los de su hermana pero ya no sollozaba. Está bien, volvamos. Dijo Roberto resignándose con un suspiro y caminó esta vez en la dirección contraria.

Me tranquilicé cuando empecé a seguirlo y al cabo de unos minutos pensé que quizás había exagerado con lo del caballo. Tenía que admitirlo estaba asustada porque estaba oscuro y porque nunca había subido de noche a la montaña a pesar de que decía que siempre había querido hacerlo. Me arrepentí de pronto y quise decirles a todos que mejor continuásemos, que había que enfrentar nuestros miedos y seguir camino a pesar del caballo. Para darme valor, miré hacia donde estaba el caballo y comprobar que ya no me asustaba. Miré con el mayor disimulo del que fui capaz pero el caballo ya no estaba, lo busqué con la mirada sin poder creer que hubiese desaparecido. Se había ido de pronto tan silenciosamente que nadie lo había notado, o al menos nadie dijo nada. Me asusté de nuevo y me puse contenta de estar regresando. Agarré la mano de Alicia con firmeza y ella me sonrió. Era un año menor que yo y siempre buscaba mi amistad, aunque yo generalmente la rechazaba porque me parecía consentida y caprichosa. Pero me gustó que nos agarráramos la mano mientras bajábamos. Juan se puso a silbar, supe que él también estaba contento de estar regresando. Que frío hace! Dijo Mabel, tiritando y dándose calor con sus propios brazos. Roberto no decía nada. Bajábamos.
Al tocar la base  de la montaña, respiré el aire frío y me sentí bien. La luna estaba alta y parecía un espectáculo de bruma y de sirenas de colores pálidos. Pensé en lo mucho que me gustaban las historias de sirenas.
Mabel, me leés un cuento cuando lleguemos?
Claro, me dijo Mabel. Y me dio un beso en la cabeza.
Sonreí. Quería a Mabel, hubiese querido que fuera mi hermana mayor. Era triste para mí no tener hermanos.



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