domingo, 16 de julio de 2017

La víspera (2)

Al llegar a la casa, Juana, la mamá de Alicia, estaba prendiendo la chimenea con un pedazo de tronco de pino que parecía recién arrancado del jardín. Tenía a su lado varios bollos de papel de diario quemados , esparcidos por el piso, y parecía haber estado intentando prender esa chimenea desde hace largo rato porque tenía actitud de cansada y la cara con restos de tronco y transpiración.
Ya volvieron?- nos preguntó con una sonrisa falsa. Y yo sospeché que ella no quería que volviéramos tan rápido, por algún motivo.
-Sí, dijo Roberto. -Es que Aurora se asustó y tuvimos que volver.
Eso me causó una indignación hasta ese entonces desconocida. Cómo se atrevía a culparme a mí!
-No es verdad!! le grité violentamente. Alicia se apartó de mi lado y se dispuso a ayudar a recoger los papeles que estaban esparcidos por el suelo. -Todos nos asustamos. También vos, Roberto, le dije aún con una sensación de odio incontrolable.
-Es que vimos un caballo muy raro, dijo Mabel, como al pasar... Juana seguía agachada con el tronco encendido y tratando de prender los demás troncos. -Raro por qué? preguntó.
-No sé, dijo Mabel. -Estaba muy quieto.
-Estaba muerto, dijo Lucía.
-No estaba muerto, estaba asustado, agregó Roberto con cara de que estaba cansado de hablar sobre ese caballo.
-Estaba vivo pero tenía los ojos muertos. Dije yo sin mirar a nadie y me acordé de esos ojos y volví a sentir una sensación increíble de pánico y de angustia. -Muertos, repetí.
-Bueno, dijo Juana. Ya están de vuelta, menos mal que están bien. Mañana con la luz del día quizás pueden subir de nuevo y explorar la montaña. De noche es peligroso.
-Tía, dijo Roberto con un tono de adulto mayor que le salía perfectamente-, somos grandes ya, nos podemos cuidar solos y además...
-Roberto, lo interrumpió Juana. Son chicos todavía. -Vamos, hay que poner la mesa, dijo y se arremangó el pulover con decisión, (ya había podido prender el fuego de la chimenea en esos segundos), y caminó en dirección a la cocina sin mirarnos a ninguno de nosotros.
Y yo pensé que todas las madres hacen esas cosas cuando no quieren seguir hablando sobre algo. Dicen "está la comida", "se me quema el arroz", "hay que poner la mesa", "hay que lavar los platos". Y se van. Huyen. Pensé en mi madre y en lo lejos que estaba de ella en ese momento. Me sentí triste. Me quedé unos segundos así, parada y rígida como una estatua, contemplando solamente el fuego y oyéndolo crujir mientras los demás hacían distintas cosas, se lavaban las manos, se peleaban, ordenaban las sillas, iban a buscar algo, quizás para olvidar, como yo, los ojos muertos de aquel caballo que habíamos visto en la montaña.

-Tengo sed, dijo Manuel, pero nadie le respondió. Lucía le acercó su vaso de agua que estaba casi lleno. Cenábamos en silencio y eso me incomodaba. Sentía que algo extraño había pasado y pensé que todo era culpa del caballo que nos había conmovido a todos.
-Aurora- dijo de pronto Juana. Tu madre, está bien?
La pregunta me sorprendió porque Juana no preguntaba mucho por mi madre.
-Sí, muy bien, gracias.- le respondí.
-Me alegro
-Gracias
-Y tu padre?
-También. Ha estado un poco enfermo por el frío, él tiene un problema en los pulmones, pero ya se está recuperando.
-Ah...
-Ellos le mandan muchos saludos y siempre me preguntan por usted.
-Qué amables.

Sonreí por compromiso y miré mi plato con arroz, pechuga de pollo y papa horneada. Pinché una papa con mi tenedor pero no me la comí. Bajé la cabeza y al subirla, vi que Juana me observaba con una mirada nublada y pensativa. Sentía que no me miraba a mí, sino que estaba pensando en otra cosa.
-Estás bien mamá?- le preguntó Alicia. Y yo pensé que me molestaba que Alicia y yo no pensábamos igual en nada pero sí percibíamos siempre las mismas cosas y por eso teníamos una relación tan extraña y ambivalente.
-Sí, hija. Estoy bien, le respondió Juana y le acarició el pelo con ternura. -¿Quieren más?- preguntó y yo pensé de nuevo que las madres hacen esas preguntas para no decir lo que en realidad están pensando.
Miré a Roberto, que miraba a Alicia con extrañeza y ésta a su mamá con preocupación. Roberto habrá percibido mis ojos puestos en él, porque me miró enseguida y fue una mirada tan intensa y profunda que rápidamente levanté la vista y dije que no, que yo no quería más.




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