Entradas

Mostrando las entradas de 2019

Tres párrafos de Felisberto Hernández

“ Celina no siempre entra en el recuerdo como entraba por la puerta de su sala: a veces entra estando ya sentada al costado del piano o en el momento de encender la lámpara. Yo mismo, con mis ojos de ahora no la recuerdo: yo recuerdo los ojos que en aquel tiempo la miraban; aquellos ojos le transmiten a éstos sus imágenes, y también transmiten el sentimiento en que se mueven las imágenes. En ese sentimiento hay un ternura original. Los ojos del niño están asombrados pero no miran con fijeza. Celina tan pronto traza un movimiento como termina de hacerlo; pero esos movimientos no rozan ningún aire en ningún espacio: son movimientos de ojos que recuerdan”. “ Ahora han pasados unos instantes en que la imaginación, como insecto de la noche, ha salido de la sala para recordar los gustos del verano y ha volado distancias que ni el vértigo ni la noche conocen. Pero la imaginación tampoco sabe quién es la noche, quién elige dentro de ella lugares del paisaje, donde un cavador da vue...

La imaginación

Los mejores recuerdos de mi niñez, están colmados de las imágenes que los libros infantiles con los que jugaba, formaban en mi cabeza. Quisiera, de vez en cuando, volver por unos momentos a aquél lugar maravilloso y único, las ensoñaciones, la certidumbre de saberme perpetua entre dos mundos: uno real, visible, cotidiano, y aquél otro, invisible, frágil y fabuloso.  Durante las tardes en las que recorría maravillada las páginas eternas de los libros, sabía reconocer en cada imagen una historia increíble y, por el contrario, cada frase me decepcionaba, me dejaba insatisfecha: las palabras que acompañaban las imágenes nunca resultaban suficientes. Hubiese querido poder escribir en aquel entonces, para llenar de historias todo lo que veía. Mi mente se disparaba, imaginaba, soñaba. Y así comencé a hablar sola. A dedicarle más tiempo del esperado y más energía de la que está socialmente aceptada exclusivamente para imaginar. Imaginar como un ejercicio solitario e íntimo, impregnado ...
La noche es clara. Clarísima y alta como la luna. Absorta en mi habitación, la nueva casa en la que habito se abre ante mí como un espectro silencioso. Solamente el ventilador suena. El aire entra por la ventana y es cauteloso y liviano como un pájaro pequeño.Transpiro letras que se me acumulan en la garganta y me asfixian si no las escribo. Él no me quiere. En realidad, nunca me quiso. Tiene el tiempo ordenado y su vida acomodada de forma tal que quererme no es un proyecto para él. Quererme sea quizás, un espacio infinito que no sucederá nunca. Solamente en mis ensoñaciones, en mis alucinaciones diurnas en las que estás conmigo hablándome, abrazándome, dándome todos los besos del mundo. Nada hay más allá de vos y de mí, de nuevo en la noche que se me vuelve oscura y frágil y cerrada, como en un círculo constante que mira y que vibra hacia cualquier lado en donde estés. Te pienso cercano, pero luego me doy cuenta de que todo es mentira, de que no estás y que nunca estuviste. Es tri...
Respiro ahora el aire que se me agota mientras trato de alcanzarlo con los dientes. Cierro los ojos y vuelvo a sentir de nuevo la sensación de haber estado muerta durante mucho tiempo. He visto muchas caras esta noche. Ninguna era la tuya. Se iban acercando poco a poco hacia mí, me observaban atentas desde el otro lado aquel. Y yo, humillada y miserable desde el fondo de mi jaula, no hacía más que morder mis pensamientos como si fueran huesos recién desterrados por algún zorro hambriento. Detesto esta suerte maldita que me ha tocado. Este infierno citadino, alborotado de luces y sonidos y cables trasversales y semáforos que cruzan de un lado al otro y gentes que caminan y caminan y caminan. Ayer mismo, cuando atardecía, vi morir un pájaro al posarse en uno de esos cables. Vi el instante aquel en el que se quedó tieso de pronto junto al poste alto del otro lado de la cuadra, y vi cuando se desvaneció suavemente hacia el vacío absurdo de la muerte absurda. Vi también hombres y mujeres h...

La víspera (3)

La víspera de navidad transcurriría en las afueras de la casa: nosotros llenaríamos el jardín de juegos, guirnaldas, adornos, disfraces, sonidos. Mi adrenalina iba en aumento porque sería la primera navidad que pasara con ellos, con esa familia tan lejana y extraña que veía cada tanto y que no conocía del todo. Y más que nada, cerca de Roberto. Sentía hacia él, un sentimiento extraño, el que transitaba entre una mezcla de envidia y admiración. Amaba de él su carácter, su capacidad de liderazgo, su carisma, su inteligencia. Pero lo envidiaba porque sentía que él no era justo conmigo, que no me dejaba participar de los juegos como yo quería, que siempre quería dirigir, que no nos daba espacio a los demás para proponer otras cosas. Sin embargo, hubo una mañana en que su presencia empezó a incomodarme. Me levanté yo muy temprano, apenas amanecía, y el cielo esbozaba sus primeros rayos de claridad. Hacía frío y en los árboles parecían habitar todos los pájaros del mundo. Salí al jardín, por...
decirle qué a quién y para qué. Solamente eso me pregunto. estoy aburguesada, aplastada, desanimada. Nada me florece salvo un par de poesías absurdas. Esto debe ser un poco la vida.