La ensaladera verde de mi abuela en un museo austríaco
La bandera de Austria está dividida en tres franjas horizontales: una roja, otra blanca y abajo, roja de nuevo. Pero la mía, mi bandera, era azul más bien oscuro, con algo rojo al costado y muchas estrellitas blancas esparcidas, más bien parecida a la verdadera bandera de Australia.
Más allá de esta confusión de nombres, había otro edificio que se erguía de pronto entre las calles, histórico y monumental, con un letrero tallado en piedra: ARGENTINA.
Yo, desorientada, entraba (siempre entro), y allí se desplegaba un sinnúmero de cosas: objetos, utensilios típicos, almanaques, revistas, adornos, recuerdos. Todos representaban al país, que era el primero porque empezaba con A y los galpones estaban ordenados alfabéticamente. Por eso (?) después le seguía Bolivia, y así.
Yo recordaba haber visto algunos de esos objetos en la casa de mis abuelos cuando tenía siete años. Me daba cuenta de que en el fondo, todos los objetos que nos rodean, tienen un sentido. Que ninguno está ahí "porque sí", y que, de alguna forma u otra, todos y cada uno de ellos son necesarios para construir nuestro pequeño mundo cotidiano.
¿Qué hay después de irse y querer volver de pronto, al ver allá al borde del fin del mundo, una ensaladera verde de plástico? Se caen los sueños, se desbordan las ideas, los tiempos, las obligaciones. Hay una urgencia por querer volver. Y todo por culpa de una ensaladera verde.
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