No es necesario darle tantas vueltas a las cosas. A veces solamente es un fin. Y está bien que así sea. Así soy. Así vivo. De punto en punto, de final en final. Y soy capaz de asumirlo, tranquilamente. Haciéndolo totalmente parte de mí.
Me siento ajena a ese mundo vacío de contenido, de palabras. Tan distinta. Ni mejor, ni peor. Sólo distinta, como si no encajara. Como si no fuese a ser nunca lo que esperan de mí. Y es muy terrible la sensación no estar nunca a la altura, no llegar jamás, de verlos en silencio, mirándome sin verme, sin decir nada, ese silencio terrible de mil palabras estúpidas, ríos conceptuales con vertientes conocidas y estudiadas, con párrafos predeterminados, como un check-list de palabras que "hay que decir". ¡Qué absurdo!
Ellos no vivieron nada, no conocen la sed, la muerte. La desesperación. Eso es lo que te cambia la vida en el fondo: estar desesperado. Una no mira el mundo con los mismos ojos después de tener en brazos el cuerpo frío de tu abuelo, después de que te hayan quitado el propio cuerpo, el alma, que te hayan dejado sola para siempre a los 4 años. Soy, sin dudas, una sobreviviente. Y cada día que pasa lo confirmo más, y cada minuto me doy cuenta de las armas que inventé para sobrevivir a toda esa catástrofe y también sé lo sola que me siento cuando me rodeo de gente que no sufre, que nunca sintió el quiebre definitivo, la desgarradura. No hay mayor soledad que esa. Que saberme paloma en un mundo de sapos que aparentan alegría. Que el fondo (todos los sabemos), son siniestros y salvajes. Son perversos, en el mejor de los casos. En el peor, son inútiles.
Me leo y me releo. Siento que escribo mejor de lo que asumo y peor, muchísimo peor de lo que querría. Las palabras y sus combinaciones infinitas. Las palabras como estrellas creando formas en el cielo. Las palabras siempre alrededor de mí en este mundo bastante triste.
ResponderBorrar