sábado, 14 de octubre de 2017

anoche Gena murió

y se llevó con ella sus cuatro patas blancas
su cuerpo suave y gris como una nube,
las historias que nunca me podrá contar
los maullidos de sueño, de hambre, que no serán nunca
su ronroneo que duró casi hasta el final
casi hasta el momento en que estiró el cuello hacia mí
y abrió su pequeña boca
como buscando un aliento
para su último aire
ella supo
que era el último aire
y yo no pude hacer nada más
que mirar con horror
sus ojitos ya cerrados
su pelo mojado, ya débil e inservible,
se desplomó sobre mi mano
se quedó como dormida
dejó de temblar, de moverse
se puso tiesa, dura
abrió sus ojos que no miraban nada
y era la muerte
otra vez este espanto
otra vez
este monstruo encadenado rugiendo en mis costillas
el saber que se acabó todo
que ya nunca más
y la culpa de lo que no hicimos
el horror,
la angustia revuelta,
la impotencia de no poder revivirla,
los recuerdos de las pasadas muertes
esas que quedan y quedan
como instaladas en el cuerpo
como tatuajes que se definen y redefinen
con cada cosa que nos pasa

y ahora
en esta tarde radiante, ventosa, primaveral
que parece más hermosa luego de una desazón tan honda
no está Gena, y tal vez, tampoco estoy yo
que quisiera haberme ido con ella
un poco, es cierto,
pero hubiera querido
que me llevara al otro lado de la vida
donde no existe más este dolor
y no existe esta tristeza tan visceral
estas ganas de rendirse de una vez,
de tener paz al fin,
de volver con los muertos,
porque ya no importa nada, a veces,
al fin,
volver al fin y no regresar nunca


No hay comentarios.:

Publicar un comentario